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domingo, 27 de marzo de 2011


Odio cuando no me salen las palabras. Odio pensar en ti y que las lágrimas acudan a mi ojos sin aviso previo. Podría llenar todas las páginas del libro más largo con la hora, el día, el segundo que pienso en ti y aún así no tendría suficiente espacio.
A veces, cuando estoy sola. Cuando nadie me ve. Cuando nadie se acuerda de que sigo en el mundo, me daria por vencida. Pienso que no tiene sentido el tratar de olvidarte, porque el olvidarme de ti es olvidarme de mi. Yo sólo soy contigo.
En la vida, alguna vez, todos ofrecemos (y perdemos algo) pero solo algunos lo dan todo. Sin límites. Te lo he dicho muchas veces, no sólo te dí mi cuerpo, mis besos, mis ojos, mi cabeza, mi corazón, te dí mi vida. Y ahora que te has ido te la has llevado contigo.
Dicen que quieres pedirme perdón, intuyo que la conciencia no te deja dormir. Bien, estás perdonado. No tienes que pensar más en mi. No tienes que sentir lástima por mi ni preguntar cómo estoy o cómo dejo de estar. No finjas más. No te importo, nunca te importé. Asique ya me has hecho bastante. Lárgate.
¿Sabes? Debe de ser agotador vivir entre mentiras. La bola cada vez se hace más y más grande. A lo mejor la que debería sentir lástima seria yo. No sé, no importa.
Te quiero, lo sé. Lo sabes. Te perdono. No sé guardar rencor. Lo sabes. Pero no cambia nada. Sigo sin querer hablar contigo. Sigo sin querer verte.

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